lunes, 6 de enero de 2020

Besos en la frente

     ¿Antes habías sentido la desesperanza? ¿Antes te habías sentido con el pecho abierto a los buitres? Siento que cada vez más te pesan los domingos por la mañana en los párpados. Te encontré ahí, justo como te encontré hace mucho tiempo, en el sardinel de la calle, perdida y absorta, hermosa y en pausa. Tus ojos ya no tenían el mismo color pero se que eran los tuyos, dos estrellas que desentonan en la galaxia que eres, tus pecas y tu aroma. No te inmutaste con mi presencia, pero si sabías que estaba ahí, solo jugabas una vez más con tu realidad, esperando a que me desvaneciera, no por quien era sino porque simplemente alguien estaba en tu pequeña bola de cristal donde pretendías estar sola y segura, percatandote de cada uno de los copos de nieve que caían en ti, simulando que eso era lo que te mantenía fría.
      Seguía agitado por acabar de llegar, justo cuando la fiesta acabó, justo cuando las risas acabaron y el anestesiante dejó de surtir efecto, cuando despertabas de las luces estrambóticas y el sudor de otros ya te repugnaba, justo como me lo pediste. Te siento liviana e inconsistente, siento que te escondes debajo de la mesa, mirando desde lejos la ventana por medio del mantel, agarrandote cada uno de los dedos de tus pies para asegurarte que aun sientes algo físico, algo real. Me agache a mirarte fijamente pero no te moviste un solo centímetro. No quise tocarte y romper tu piel porcelana. Estuve ahí en cuclillas más tiempo que el que debía, solo para examinarte un poco. Me disculpe de antemano por el atrevimiento y acaricie tu cabello para apartarlo de tus lágrimas, cataratas de un negro intenso, completamente desgarrador y precioso. El cigarrillo en tu mano ya solo era un colecto de cenizas que amenazaban con caer pero seguían inmóviles y estáticas.
     Rompí el muro y te abracé, perdiendome en tu largo cabello, hasta que sentí como tu cabeza empezó a descansar en mi hombro, lentamente, como por completa inercia. Sentí como tus brazos vencían el letargo y se movían hacia arriba, recorriendo mi espalda con cada uno de tus dedos como alzando algo supremamente pesado, hasta que los dos se aferraron fuertemente a mi torso, completamente contrario a su anterioridad, de manera súbita y fuerte, aferrándose fuertemente y acercando tu corazón al mío. Quebraste completamente tu mascara y empezaste a llorar desesperadamente, moviendo frenéticamente, pero casi sin desplazarse, tus brazos, ocultando tu cabeza en mi pecho, como si fuera yo un fuerte y tus emociones un duro bombardeo y estuvieras cavando rápidamente por refugio, por un hogar, por un techo.