viernes, 25 de abril de 2014

Entierro

     Las ventanas empezaron a empañarse, la lluvia afuera de la ventana acompaña mi vista perdida, como sí intentara llegar a algún infinito de mis pensamientos. Allí, sentado en aquel marco, al lado de esa fuente, me entra un sentimiento de acongojo, de tristeza, como sí los recuerdos me atacaran de nuevo, sin dar alguna chance de olvido o algún intento para ignorar aquel sentimiento que deja la boca seca, y el corazón vacío. Aquellos pasos, aquellos mismo lugares que algún día había recorrido de su mano, ahora solo eran pedazos de un roto recuerdo, un espejo roto en el cual alguna vez nos reflejamos juntos, donde la veía con sus ojos tristes y con mis ganas de ser un mejor hombre por ella, pero que ahora solo se ha roto su parte, y la mía está agrietada, mostrándome la misma persona que vi antes de conocerla.
     Enciendo un cigarrillo. El viento hace difícil su ignición pero me las arreglo. Miro como el humo se difunde en la lluvia, en los cristales a mi alrededor, en las personas que pasan al frente mió. Poseo una carta en mi poder, la escribí cuando su recuerdo se hizo tan insoportable, que hasta en los sueños me atacaba, y necesitaba dejar salir toda esa mierda que llena mi cabeza. La leo, la releo. Un ojo se me aguó. Pido otra copa de vino. Hoy el día está untado de ella, hoy todas se me parecen a ella, hoy todas huelen a ella. La busco sin éxito por las calles, con la insulsa esperanza de encontrármela, darle un abrazo, decirle que la extraño y que tengo una carta para ella; todo es una estupidez, pero en el fondo siento que ella arreglará mis tardes rotas con un beso sabor carmesí. Cierro los ojos, respiró hondo, siento debilidad y pienso en llamarla. Sería ridículo, pero probablemente acudiría, para decirme que me consiga una vida o para decirme que también me extraña. Sigo observando la ventana. Un dolor seco me recorre el pecho: su apuñalada indirecta, su cicatriz duele. Aveces me gusta mentirme afirmándome que ella también piensa en mi cuando fuma.
     Una mano me despierta. Volteó a mirar con cara de confusión y desanimo, mientras el cigarro totalmente consumido deja caer su extensa ceniza debido al movimiento. La veo, feliz, lívida, y me regala una de esas sonrisas que siempre me da cuando la veo. Ella no es la que atormenta mis recuerdos. Me alegra volverla a ver, como me ha pasado desde un tiempo hacía acá. Me habla y no puedo evitar perderme en sus sensuales labios. Agarró su mano, me siento seguro, y todos los fantasmas de aquella mujer que ya no me extraña me abandonan momentáneamente. Acerco mi rostro a ella, logró captar su aroma. Enciende un cigarro con su mano libre y sopla a mi rostro. Siento que no todo esta perdido, pero tengo miedo a herirme y a herirla a ella. Me hace sentir confundido, y eso me irrita. No sé que sentir sobre ella, ni comprendo que quiere de mí, pero no logró hacer más que escucharla, y seguir nadando más y más en sus ojos. Hoy no me importa el futuro, hoy me importa ella.
    Dar una oportunidad más, de reformar mi espejo y dejar a alguien más entrar en mi cristal agrietado, en mi vida derrumbada, en mí amor escurridizo: un entierro del pasado.
   
   

martes, 15 de abril de 2014

En la noche se olvida todo.

     Su mirada parecía complementar la de ella con aquel sentimiento que las palabras no pueden llenar, o que simplemente sobran. Aquella noche, en ese parque, las cosas no eran normales. Un cálido sentimiento se esparcía en el viento, mientras las chispas de las miradas terminaban de llenar el vació que existía en sus dos vidas. Una caricia se filtro, la mano de ella tocó la de él. Sus labios, rojos encendidos, se abrieron un poco, como aquel que quiere decir algo pero sus palabras quedan atrapadas justo antes de salir, y antes que ella pudiera cerrarlos de nuevo, él la besó. En aquel momento, espontaneo y por lo tanto encantador, el mundo aparte dejo de importar. Un beso largo, apasionado, un beso que te llena la sangre de viento, de estrellas, de alcohol, de humo azul, de amor. Los brazos de él la rodearon tiernamente, mientras que ella se aferraba a su rostro, como sí no lo quisiera dejarlo ir nunca más. Sus vidas habían estado llenas de coincidencias, y aunque sus modos de vidas eran totalmente diferente, en aquel parque, aquella noche, nada importo, y los riesgos fueron tomados, y el juego empezó. Después de un beso largo, el la abrazo, y antes que cualquiera pudiera realizar y pensar en lo que acabo de pasar, ella se recostó en su pecho. Mirando a aquel paisaje lleno de árboles y monticulos particulares, los dos se sintieron realizados, llenos de nuevo, que el dolor había desaparecido y que se podría dar una oportunidad al querer. 
      Que ilusos eran.