Sigue ahí, concentrado en los autos pasar, los humos que lo marean, todo lo que es la ciudad, y él es parte de ella. Al final, llegan aquellos a los que espera, con ese cariño falso que se le dan a los utensilios, o aquel juguete deseado que proporciona un simple placer momentáneo. Él los recibe con esa sonrisa falsa, aquella complaciente mentira que se le expone a lo gente para que no se preocupe, una mascara infranqueable que solo queda ahí: un inútil disfraz.
Se levanta con esa sonrisa de oreja a oreja, y se acerca a ellos. Camina en silencio, callado, porque los perros desamparados ladran en soledad.