martes, 9 de julio de 2019

Frío que calienta, calor que hiela

     Era aquella mañana que salí de mi casa un poco más valiente que de costumbre, un poco más aventurado hacia la realidad. Quise verla y por ello salí a la calle. Sabía que era una mala idea y me iba llenando de recuerdos y de pensamientos paupérrimos que sabía que nunca iba a ser capaz de realizar cuando la viera. Cada paso era una eternidad. Cada idea era un clavo en mi ataúd. Aún así seguía avanzando hacia donde ella se encontraba. Múltiples veces ella me había rechazado. Trataba de hablarle pero por alguna razón, que igual desconocía, ella ignoraba mis mensajes con una respuesta que era igual de ambigua que nuestra relación durante estos meses. Solo quería decir adiós inútilmente, porque ella ya lo había hecho cuando todo acabó: igual quería hacerlo. Todas las hojas caían ante mí. Todos los lastres que me seguían al momento de no decirle que se quedará conmigo, que yo la quería, que sin ella mis domingos se quedarían en el olvido. Hacía un calor impresionante. Odio el calor pero no sabía en que más dirigir mis pensamientos si no era a ella, a lo que habíamos vivido y porque ella, esa tarde aleatoria, había accedido a poder hablar conmigo. 
     Nos encontramos en un parque habitual. Era un parque circular. Dentro se encontraban jóvenes hablando, familias jugando y uno que otro turista que visitaba la ciudad. El viento era inclemente y mataba aquellas pequeñas plantas que se aferraban al tronco que las vio crecer, sin embargo, el sol seguía siendo aún más reacio con las personas que nos encontrábamos allá. Cerca a la fuente, con su cabello rojo y sus ojos cafés gigantes se encontraba ella. Me quedé sin palabras al verla. Hacía mucho tiempo que no la miraba y sin duda me encanto como el primer momento en que la ví. No sabía si darme la vuelta, recorrer los pasos de mi atadura y olvidar lo que pasó, pero no pude y seguía adelante. Estaba sudando viendo la chica que me encantaba y que siempre lo hará. La saludé con una broma mientras acariciaba su hombro a lo cual ella respondió con un gesto y una sonrisa educada: sabía que ésto no terminaría bien. 
     Me senté al lado de ella mientras ella seguía jugueteando con el agua estancada de la fuente. Seguía en sus pensamiento mientras yo intentaba llamar su intención siendo lo más torpe que podría ser. Estaba cambiada desde el último momento en que la ví, donde no me quise derrumbar pero estaba destruido por dentro, cuando supe que había dejado atrás a aquello más quería pero había dejado ir porque era lo mejor para ella. La afronté. Le cogí el rostro y la miré fijamente. Le conté aquello que me había sofocado durante todo este tiempo: que la quería, que no la podía olvidar, que supe que era un error haberla dejado marchar con su corazón en la mano y llanto en sus ojos, que sin duda quería agarrarle la mano y darle un beso que le llenará los vacíos que tenía por dentro. Al haber desbordado todo aquello en su presencia, ella agarró mi mano, que había puesto inconscientemente en su muslo y me dijó que me calmara, que ella  comprendía aquello que le decía pero que no era justo para ella, que no era lo mejor y sin duda su vida había agarrado otro rumbo cuando ella no me seguía, cuando ella no se mataba la cabeza con sentimiento. Me sonrío y asentí, destruido, derrotado. Ella se marchó alegando que otra persona la esperaba. Me dió un beso en la mejilla y me dijo adiós. 
     Ví el atardecer, escuchaba ya el sonido de las cigarras que solo suena en ese clima caliente que las desespera, atrapadas en un caparazón para toda su vida sin poder desgarrarse la piel y ser libres. Simplemente quise ser una de ellas y morir desangrado en aquel cielo anaranjado que infinidad de personas han mirado con desdén, rabia, tristeza, alegría, furor, placer. Empecé a llorar. Nunca lloro, pero poder hacerlo en ese momento fue cuando supe que era humano, que estaba bien poder desahogarme de una manera natural y decirle al mundo que ella me dolía y que su recuerdo me acongoja. Fuí feliz de estar vivo y poder sufrir y disfrutar la pintura cósmica que me regalaba el atardecer. Soy y seré. 
      Desperté sin estar abrumado. Solo abrí mis ojos hacia aquel muro rojo de mi cuarto. Realice, aún en mi aturdimiento, que todo había sido solo un sueño. Suspire y baje la mirada al saber que el momento más feliz y triste de mi vida había sido solo un sueño más, igual ella todavía no me responde y no hace calor, solo frío.