lunes, 2 de septiembre de 2013

Tinta y café de medianoche. (Capitulo 5)

 
  La tormenta seguía arreciando afuera del establecimiento. Cada gota dejaba un ruido sordo que se confundía con el sonido ligeramente diferente de las demás. Todo es tan desigual, pero sigue teniendo algo en común. Los dos jóvenes se sentaron en una mesa junto a una ventana, totalmente empapados, temblando ligeramente por el frío, dándose la cara desde sus asientos. Sus respiraciones eran errantes y ruidosas, pero ideales para llenar esos silencios que aveces gobernaban el lugar. Tras la escena anterior, los dos consideraban que las palabras sobraban, dejando a cada uno a su suerte con sus problemas de temperatura. No sabían que hacían ahí, pero no querían irse. Era un sentimiento compartido por los dos de un modo que casi parecía planeado con anterioridad, pero no, todo era repentino. De pronto, tan rápido como la razón común lo atacó, supo que no podían quedarse en esa situación por siempre. Se levanto repentinamente, sin decir una palabra, sin regalar una mirada a la chica, y se dirigió al mostrador. Al frente de él estaba la mesera: una chica rubia, con los ojos azules, el pelo recogido, tez blanca, con una mirada triste y un semblante cansado.
-¿En que te puedo ayudar?-Dijo ella, con un tono que hacía honor a su parecido.
-¿Me podrías dar dos cafés?
-¿Quieres.... dos cafés?-Dijo la chica, desviando su mirada hacía la mesa donde el escritor se había depositado con Elizabeth.
-Sí no es mucho problema.
-Dale. Ya te sirvo.
    La chica se alejo por unos contados minutos, contados minutos que sirvieron para que el joven recobrara la compostura y volviera en sí. Al volver la mesera, se opuso a que le llevará el café a la mesa y le pago en ese mismo instante. La chica, con un poco de refunfuña, acepto el dinero y le deseo un buen provecho.
     Al llegar de vuelta a la mesa, deposito los dos cafés, cada uno a los dos extremos de la mesa. Le dio una ligera caricia en el cabello mojado a Elizabeth, cosa que luego le llamaría la atención, ya que en ese momento eran 2 completos extraños. La chica, al sentir el calor que desprendía pudo volver en sí, miro de reojo al escritor y le dijo "Gracias". En ese momento, entre sorbos y sorbos de café, entre gotas que se desprendían de sus ropas húmedas, empezaron a conocerse. Elizabeth tenía 24 años, vivía en el Cedritos con su papa, ya que su mama se había vuelto loca cuando ella tenía 14 años y se suicido en el manicomio cuando Elizabeth tenía 17. Al parecer, nada de esto la afecto mucho: no le agradaba mucho su madre, pero igualmente no le gustaba hablar de como se sentía o los detalles detrás de su muerte. Elizabeth se había graduado de Cine y Televisión en la Jorge Tadeo Lozano hace unos años, había producido algunos cortos pero ninguno llamo la atención de alguna figura importante, pero igualmente ella amaba lo que hacía. Ella era desempleada, pero con ayuda de su padre, podía mantener una vida aceptable. Amaba leer de 6 a 9, mirando por su ventana, preferiblemente con un cigarrillo, The Smiths y un buen café oscuro. Su crecimiento era borroso para ella, ya que todas las terapias que había sufrido tras la muerte de su madre habían dejado una marca en ella, por lo tanto no recordaba mucho de su niñez, solo de un par de cosas: Su primer beso y su primer libro. Sin contar toda esa basura infantil que todos leemos cuando somos pequeños, su primera novela fue "El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde" el cual despertó su amor por la literatura y, según ella, forjo un poco de lo que es ahora. Su primer beso había sido con un tal Javier, debajo de un árbol, a los 13 años, cuando su vida era perfecta y sentía que nada podía salir mal. Ella le sonreía al escritor al dejarse abrir en pequeñas cosas con él, mientras que el también dejaba un poco de sí mismo a lo hora de hablar acerca de su vida y personalidad. Hubo un momento en el que los dos, por puro magnetismo, locura o simple conciencia, se tomaron la mano encima de la mesa. Era un símbolo de cariño, de entendimiento, y en ese momento las palabras sobraron y sus ojos se volvieron a encontrar, dejando en un vacío la mente del joven por algunos minutos.
     La escena fue interrumpida por la misma mesera que había atendido antes al escritor. El joven, apenado de su estado atónito e ido de la realidad, le respondió a la mesera que había pedido permiso para recoger los vasos. Al ver los dos vasos vacíos, la chica dirigió una mirada confundida y arrogante a donde estaba Elizabeth, mirando de abajo a arriba, luego miro al escritor con un mirada expectante. Este gesto de la chica altero al escritor, el cual incito a Elizabeth a dejar el lugar lo antes posible a sabiendas de que ya había escampado. La tomo de la mano y se fueron riendo por las calles hasta la casa de Elizabeth. En ese momento, ella lo invito a pasar la noche. Él, sin vacilar un solo segundo, le respondió que estaría encantado de hacerlo. Es aquí donde la historia empieza.