lunes, 26 de agosto de 2013

Tinta y café de medianoche (Capitulo 4)

     ¿Alguien sabe cómo se siente el esperar a alguien toda una vida? Tal vez sí, tal vez no. Es un sentimiento agonizante en el cual te das cuentas de las cosas que dejaste pasar y te arrepientes de las decisiones que no hiciste en un momento. Todas estas ideas pasaban por la cabeza del escritor mientras veía la luna por su balcón. Había sido una semana dura. No había salido de su casa ni para comprar víveres ya que poseía todas las pocas cosa que fuera a necesitar en por lo menos un mes. Había intentado escribir pero ni una sola palabra de lo que el escribía le convencía en lo más mínimo, siendo él mismo el que acarrancará y destrozará sus propias creaciones. En este momento, lograba un poco de paz, algo que no había podido lograr en muchas semanas. Vivía estresado por su falta de imaginación y de la falta de Sofía. Cada vez se sentía más abrumado, más solitario, más demente. Aveces se sentía perdido, se botaba al piso y empezaba a llorar, otras veces empezaba a gritar o reír sin razón aparente, y otra veces escuchaba la voz de Sofía llamándolo desde alguna parte del apartamento, despertando una pequeña esperanza en el escritor, siendo aplastada por la cruda realidad; pero ahora era diferente, se sentía tranquilo, con un vaso de Whisky en la mano y un cigarro en la otra, pensando en su amada distante, mirando a la luna con los mismos ojos, relacionándolas como el objeto más hermoso entre muchas luces abrumadoras, pero inalcanzable a los pobres intentos del lobo que la añora día tras día.
     Después de despertarse en la silla del balcón, el escritor se prepara un desayuno sencillo: no tiene hambre pero sabe que debe comer para no ser interrumpido en un próximo tiempo. Se sentó en su mesa, junto a una hermosa y grande ventana que se encontraba al oriente del apartamento, con vista a Monserrate. Los cristales reflejaban la luz del sol de la mañana justo en la esquina de la mesa que estaba más cerca de la ventana. Un pequeño papel llamo la atención del joven, ya que la luz daba justo en el lugar donde se encontraba. Lo recogió y lo miro. "Nunca olvides quien eres y de que eres capaz" y el número de Elizabeth. Ya había olvidado el papel hasta este momento. Ni el mismo sabía quien era ni que quería, ¿Cómo otra persona podría hacerlo? ¿O simplemente era un mensaje aleatorio? Todo esto confundía al escritor, pero no quería ponerle atención a nada que lo pusiera a cuestionarse su vida, especialmente en este corto tiempo de paz que sentía. Volvió a ver la hoja, mientras esbozaba un ligera sonrisa, acompañada de su rápido y estridente ritmo cardíaco provocado por la euforia del momento, y su estúpida felicidad momentánea. Miró de reojo el teléfono antes de agarrarlo y marcar el número misterioso. Rió con extrema falta de pena y un poco de ebriedad al escuchar la hermosa voz femenina al otro lado de la linea.
    Era un viernes frío, una de las tardes clásicas de la gran capital: una tarde lluviosa. Eran las 6 pm, el atardecer desangraba el cielo mientras le daba paso a la noche. Ya se podía divisar la luna en el cielo, alumbrando la pequeña parte oscura que acompaña al sol en su descenso diario. El escritor se encontraba apoyado en la puerta del café, con un cigarro en la mano y un tinto en la otra, esperando a la chica que ya se estaba demorando para su encuentro. Hubo un momento en el cual el joven pensó que ella no llegaría, dándole un amargo sentimiento y un incomodo dolor en alguna parte de su pecho; pero cualquier duda se desvaneció al verla acercarse en medio de la lluvia, con su nube de pelo café totalmente mojado, agarrada de su cuerpo para mantener el calor corporal que faltaba en el momento tormentoso, acercándose con la hermosa sonrisa que la había caracterizado desde su primer encuentro con el escritor. Él, al verla en ese estado, agarro su chaqueta y salió a su encuentro, arropándola y protegiéndola con ella, llevándola a un lugar seco. Al entrar en el café totalmente mojados, confundidos por la locura y rapidez del momento, con sus corazones bombeando sangre velozmente, con la soledad a su alrededor y una sonrisa totalmente encantadora, con recuerdos dolorosos y un futuro incierto, los dos jóvenes se miraron a los ojos, como sí se conocieran desde hace mucho tiempo, como si todos sus silencios se reflejaran en la clara de sus ojos, como sí el alma de ellos estuviera completamente desnuda pero solo para el otro, entonces sonrieron mutuamente por lapsos de segundos, pensando que decir. El escritor, después de un tiempo en aquella extraña y encantadora situación, logró pronunciar las palabras que le abrirían las puertas a una nueva persona: ¿Puedo invitarte a un café?

lunes, 12 de agosto de 2013

Tinta y café de medianoche. (Capitulo 3)

     La luz se filtraba débilmente por las persianas del oscuro cuarto. La cabeza todavía le dolía al escritor, pero debía seguir con su hábitos para no perderlos de un momento a otro. Sabía que debía estar despierto desde las 11 am, sentarse al frente de la máquina de escribir y producir al menos una hoja de material con sentido, para poder progresar en sus proyectos, o sí quiera para no oxidarse. La hoja que estaba al frente de él, dentro de la máquina de escribir, seguía completamente en blanco, y ya era la 1 pm. Se limitaba a mirar la hoja con un mirada distante, sin poder reunirse para lograr algún tipo de idea útil en su adolorida cabeza. Sofocado, sin imaginación, completamente ido de sí. Salió al balcón para poder respirar un poco de aire libre y encender un cigarrillo. Se quedo mirando a la ciudad, con el humo azul surgiendo de su mano derecha y el mentón descansando en su mano izquierda. No lograba producir ningún tipo de escrito desde hace algún tiempo, y sabía el por qué, y eso era lo que más le preocupaba. Para sus 22 años, era un escritor medianamente conocido. Se graduó a los 16 debido a sus buenas notas en el colegio, aunque destacaba su poca interacción que los demás jóvenes: Se le consideraba un chico callado y estudioso. Luego, se graduó de Filosofía y letras a los 20 años, siendo un chico un poco rebelde, un poco metido en su cuento, loco, impredecible, todo lo contrario a su anterior faceta. Era un excelente escritor, o así lo consideraba su distinguida audiencia. Solía escribir novelas dramáticas, de romances olvidados, del descenso a la locura de un hombre, de la sociedad en sí, de la ciudad. Su obra más importante, o la que lo destacaba dentro de los escritores fracasados, era "La ciudad está rota". Gracias a ella había conseguido unas cuantas regalías, que lo ayudaban a tener una vida medio decente; pero todo eso era pasado. Más que la fama, extrañaba el divertirse escribiendo: le encantaba ver una hoja terminada y seguir con la otra, imaginarse un historia y como la escribiría en el momento más inesperado, le encantaba plasmar su inspiración en el papel, y sentir, llorar, reír con su creación, con sus personajes y ser otros más de su vasto y glorioso mundo literario; pero todo eso era pasado. Seguía repitiendo esa frase en la cabeza. "Pero todo eso era pasado". Hacía tiempo que el cigarrillo se había consumido en su mano y el ni se había dado cuenta debido a sus aquejantes y melancólicos recuerdos de un pasado más claro. Sabía lo que ocurría: era Sofía.
    Volvió a dentro y se sentó con furia al frente de la máquina de escribir, frustrado por su pasado que se alejaba a cada minuto de su pensar. Intento escribir pero nada tenía sentido, ni siquiera uno extraño. Eran palabras al azar que escribía sin siquiera ver la máquina. Simplemente seguía con la mirada perdida por la ventana mientras su cabeza volvía a la razón de porque no podía escribir. Cuando Sofía se marcho, no solo perdió su rumbo, también su habilidad para escribir. No podía escribir nada coherente, y cuando lo hacía no le agradaba y lo rompía con odio y rabia, cosa que nunca había hecho por su respeto a la escritura. Cedió a la furia y estrello su vaso de vidrio en el cual servía el Whisky contra la pared más cercana, salpicando todo de alcohol y vidrio roto. Al ver el desastre que provoco, y combinado con la rabia que había dejado brotar de su cuerpo, agarro su cabello con fuerza y empezó a llorar encima de su escritorio. No eran lágrimas de tristeza, eran lagrimas de impotencia y rabia.
    Duro en esa posición, en la misma acción por todo el resto del día, hasta que sus ojos se secaron y no pudo seguir más. Ya estaba oscureciendo, dejando ver un hermosa vista desde el privilegiado lugar en el cual la casa del escritor se encontraba. Le encantaban los atardecer, por lo cual no pudo evitar esbozar una sonrisa al verlo. Intento quedarse dormido, prometiéndose que mañana sería un mejor día, que escribiría algo que lo alegrará y que la vida sería mejor. Cerro lo ojos y empezó a dormirse escuchando el sonido aleatorio de la lluvia.
    El timbre lo despertó de repente, eran las 7 pm ahora. Le dolía la cabeza y los ojos. Pensó en no abrir e intentar dormir de nuevo, pero la persona que estaba detrás de la puerta insistió en su propósito, lo cual desespero al escritor. Abrió la puerta con un poco de rabia para quedarse plasmado frente a la imagen de una chica con un paquete en la mano. Él la conocía: era Elizabeth.
-¡Hola!-Dijo con entusiasmo, abalanzándose para abrazarlo.
    Poco recordaba de ella, y la verdad es que poco había pensado en su confusa situación. Él pensaba que todo lo que había ocurrido era un desvarío provocado por la borrachera, que todo se lo había inventado, pero al verla ahí era como haber visto a una especie de fantasma, o un duende: algo que se cree que no es real hasta que lo tienes al frente tuyo. Se sorprendió y se quedo completamente quieto, confuso. La chica, después de abrazarlo se alejo al ver esa reacción, pero su sonrisa y su entusiasmo no se le quitaba. Seguía fiel a la imagen que tenía de ella: sus ojos cafés, su pelo castaño (un poco más claro que la anterior vez), una camisa de cuadros blanca con negro, falda corta negra, medias largas del mismo color, botas negras, labial rojo escarlata, ojeras combinadas con un delineador que resaltaba demasiado en su piel blanca como el papel.
-¡Estas bien! Me tenías muy preocupada.-Le dijo mientras se volvía a acercar para darle un beso en la mejilla.
     El joven no sabía cómo reaccionar, las palabras no salían de su boca y se sentía muy confundido. La chica seguía sonriéndole incondicionalmente. La situación se tornaba incomoda a medida que el escritor no decía una sola palabra. Lo único que pudo pensar es lo mal educado que estaba siendo, lo cual lo llevo a lo único que pudo decir.
-¿Quieres pasar?
-No. No puedo, pero gracias igualmente.....-Que él le hubiera dicho algo era reconfortante para ella ya que la tranquilizaba al saber que no tenía ningún daño.-.....Solo pasaba para saber sí estabas bien y para dejarte un regalo.
    Le ofreció la caja que tenía en la mano. Él intento abrir la caja pero ella se lo impidió.
-No arruines tu sorpresa. Debes hacerlo cuando sientas que es correcto, o que no sepas quien eres.-Le dijo con una sonrisa aún más cariñosa que todas las anteriores.
    Antes de que él pudiera decir cualquier palabra, ella le dio otro beso en la mejilla y se despidió de él, alejándose tan repentinamente como había llegado. Cerró la puerta y se dirigió a la cocina por un vaso de agua. Pensaba que todo era un sueño, que nada de esto era real y que pronto se despertaría, pero nada cambiaba: él estaba despierto. Vio la caja que se encontraba en la mesa de estar. Se sentó al lado, sirviéndose un vaso de Whisky en su vaso con hielo. Lo dudo un poco, pensando que todo esto era una locura, pero al final se decidió por abrirla. Se encontró con una copia de "La ciudad está rota". Abrió el libro y se encontró una nota pegada por un clip a la primera hoja. Decía: "Nunca olvides quien eres y de que eres capaz" y un poco más abajo el número de Elizabeth. Todo esto le parecía muy confuso pero ya nada le importaba. Termino su bebida y cayó dormido escuchando el sonido de la lluvia por la ventana.

viernes, 9 de agosto de 2013

Tinta y café de medianoche. (Capitulo 2)

     <<La lluvia asediaba el lugar de una forma tremenda. La gente corría de la lluvia y se preocupaban de que su vuelo no fuera a salir, por suerte de ellos ningún vuelo había sido cancelado esa noche. Eran las 9:23. El escritor y Sofía habían estado bebiendo desde la tarde. Era un ambiente muy triste. Sofía era una chica de estatura mediana, linda, un poco morena, tenia el pelo rojo y unos brillantes ojos verdes. Los dos se habían conocido por medio de un amigo, en un parque cualquiera de Bogotá. Los dos andaban sin rumbo alguno, no sabían que querían. Pasaron la noche bebiendo y fumando, hablando de sus gustos, conociéndose. La noche termino en la cama de Sofía, en un acto satisfactorio, que dejo a los dos jóvenes satisfechos completamente. Eran felices juntos. La mañana siguiente fueron a ver una película y andar vagando por la Séptima, hablando y mirando como la ciudad se consumía a si misma. Los meses siguientes fueron felices para los dos, hasta que llegó el día que ella debía partir a París. Los motivos no eran importantes, pero ella deseaba conocer la ciudad.
     Al llegar el llamado para abordar el avión, los dos sintieron que el tiempo no les había bastado, se sentían incompletos una vez más. Se dieron un abrazo, un beso apasionado y una despedida sin mucho que decir. Se quedaron callados, mirándose el uno a otro con un nudo en la garganta.
-¿Algún día te volveré a ver?-Le dijo el escritor, con un animo casi nulo, con una mirada sin sentimiento.
-No sé, querido, pero cada vez que veas la luna piensa en mí.-Hizo una pausa, mirando hacía la puerta de abordaje.-Cuídate mucho, escribe lo mejor que puedas y nunca te olvides de sonreír.  
     En ese momento, el mundo del escritor se vino abajo. Se sentía en un mar que le ejercía una presión inimaginable, se sentía perdido, fuera de lugar. Sintió ganas de llorar pero se aguanto las ganas de explotar, por respeto a ella y el recuerdo que le guardaría para los próximos meses.
-Adiós-Dijo sin pensar, volteándose y marchándose con las lagrimas en los ojos.
    No volteo hacía atrás hasta salir del aeropuerto, en donde se desplomo en la acera, en medio de la implacable lluvia, con la soledad al lado suyo, viendo como había completado su plan.>>

    Se despertó de golpe, sudando, con los ojos desorbitados y la locura en la sangre. Intento pararse pero sintió un dolor en la parte posterior de su cabeza, lo cual lo devolvió a su posición original. Por un momento sentía que había muerto, y que se encontraba en el infierno, o en mismo limbo.
-No te esfuerces, muñeco.-Le dijo una voz femenina, mientras ponía su mano en la frente del escritor.-Te diste un buen golpe en la cabeza. Deberías descansar.
    Estaba vivo, pero no en buenas condiciones, se sentía desorientado, especialmente porque no podía ver nada por su deplorable situación.
-¿Quien..... quien eres?-Logró articular luego de unos minutos de silencio y dolor.
-Me llamo Elizabeth.-Dijo la chica, que se encontraba arrodillada al lado del pobre hombre.
-¿Donde estoy? ¿Qué me paso?-Dijo el escritor, mientras intentaba recordar parte de lo que había pasado.
-Al parecer no escuchas muy bien, ¿No?-La chica produjo una risita entre dientes después de decir eso.-Te pasaste de copas y te abriste la cabeza cuando de caíste. Estabas vuelto mierda en la acera.
-¿Y qué hago contigo?-Dijo el joven confundido.
-¡Que desagradecido eres! Bueno, no importa. Cuando te vi botado, llame a una ambulancia. Después revise tu billetera para saber tu nombre. No quería que te metieras en problemas. Dije que era tu novia para ir contigo a la clínica. Te pusieron algunos puntos y te dejaron salir conmigo. Luego te lleve a casa y me quede cuidándote. Te pido disculpas de ante mano por el atrevimiento.
    El joven se dio cuenta de todo, y le llegaron pequeños recuerdos de la noche anterior. Sintió un impulso de adrenalina y logró sentarse para poder ver un poco mejor la situación que lo rodeaba. Se encontró a una linda chica, de tez blanca, ojos cafés, un pelo marrón desorganizado, labial rojo flamante y ojeras malvas. Ella le regaló una sonrisa, mientras puso su mano en el hombro del escritor.
-Muchas gracias-Logró decir antes de desplomarse en el hombro de la chica, la cual le acaricio el pelo y lo dejo descansar por lo que quedaba de noche.

jueves, 8 de agosto de 2013

Tinta y café de medianoche. (Capitulo 1)

-Pour la plus belle femme.
 "Así que dije adiós y me marché, y ella se quedó allí mirándome y sentí que su mirada me atravesaba de parte a parte. La oí lamentarse por dentro, pero seguí caminando como un autómata y al final doble la esquina y se acabó todo. ¡Adiós! Así como así. Como en estado de coma. Y lo que quería decir era: ¡Ven a mi! ¡Ven a mí porque no puedo seguir viviendo sin ti!"-Trópico de Capricornio, Henry Miller. 

      El humo de la habitación se confundía con los alborotados pensamientos del escritor. Su estudio, su templo, se había convertido en un lugar completamente extraño para él. Sentado frente a su ordenador perdía la esperanza en su soledad mientras intentaba que las palabras fluyeran como una cascada, pero solo alimentaba a su desesperanza mientras seguía viendo las paginas en blanco. La música acompañaba el ambiente, pero él ya no podía escucharla: estaba sumergido en su cabeza, tan profundo que el mundo había desaparecido por esos efímeros minutos. Hacía algún tiempo que Sofía se había ido, pero seguía en sus pensamientos como una astilla que se niega a salir de la carne, lastimando a cada segundo su frágil cordura. La recordaba como sí hubiera sido ayer cuando la despidió en el aeropuerto. Al despedirla con un beso y un abrazo intentaba mantener la compostura frente a la joven chica, pero al llegar a su estudio, estalló en un llanto el cual no pudo soportar por más que pudiera, rompiendo su mundo en una noche fría y lluviosa. Después de ello, el perdió la fe en todo: Se dio a la bebida, a las drogas, a las fiestas de madrugada, a la locura del momento. Después de su partida, se sentía como una pluma que se había desprendido de un ave, que había sentido el placer de volar libre, pero que ahora se acercaba a caer contra un mundo para quedarse allí a morir. Se despertó de sus pensamientos en cuanto sonó el timbre de su apartamento. Tenía un aspecto terrible: el pelo desordenado y sucio, una barba de 1 mes sin cuidar, la misma ropa de una semana y un aroma a alcohol, tabaco y tristeza. Se levanto de la silla, con una mueca de desconformidad ya que no pudo avanzar nada en su trabajo, lo cual siempre lo decepcionaba. Al abrir la puerta no había nadie: había sido una broma de los chicos que vivían en el edificio. No sintió nada: estaba acostumbrado a esto. Volvió a su habitación, abriendo la persiana para ver a la ciudad. Bogotá siempre había sido una ciudad hermosa para él, le encantaba la gente, su clima, su aspecto. Respiro un poco de aire limpio y esbozo una sonrisa al ver que había empezado a llover. Vio el reloj de su computador. Eran las 5:35. Pronto volvería a salir por su dosis diaria de descontrol. Se sirvió una taza de café y espero a que el tiempo muriera para intentar sentirse vivo por un pequeño espacio de tiempo.
     8:46 pm. El alcohol, la adrenalina en la sangre, el sonido estridente de los parlantes de los bares de Cuadra Picha, el olor a Whisky barato. Un chorrito por Sofía, dos chorritos por Sofía. Un grupo de borrachos peleaban en la calle por conocer quien era más macho, quien tenía más huevas. Que imbéciles. El escritor miró hacía arriba, mirando las estrellas y la luna en medio del alboroto del momento. Debido al alcohol, al LSD, al aroma de la lluvia, se sintió invencible. Su pensamiento se desbordo de su cabeza, como si esta no fuera a soportar la cantidad de locuras que pasaban por ella. Le dio vuelta todo problema que le atacaba y se sintió feliz por primera vez en mucho tiempo. Empezó a saltar, a gritar, a razonar con el mundo. Sentía que ya nada importaba, ni su vida, ni el mundo, y aún menos Sofía. Se sentía liberado. Se desplomo en la acera, mirando como se desvanecía el firmamento en cuanto a la lluvia aumentaba. Su visión se desvanecía en cuanto sintió un fuerte de dolor en su cabeza y una sensación tibia en su nuca. "El marica se abrió la jeta" "jueputa llamen una ambulancia, ¿ahora que hacemos?" se escuchaba esto en medio de la calle, alrededor del pobre desgraciado. Lo último que sintió antes de desmayarse completamente fue una mano cálida en su frente y un beso en la mejilla. Se sintió aliviado por un segundo, luego perdió el conocimiento después de escuchar: Estarás bien, muñeco.