La luz se filtraba débilmente por las persianas del oscuro cuarto. La cabeza todavía le dolía al escritor, pero debía seguir con su hábitos para no perderlos de un momento a otro. Sabía que debía estar despierto desde las 11 am, sentarse al frente de la máquina de escribir y producir al menos una hoja de material con sentido, para poder progresar en sus proyectos, o sí quiera para no oxidarse. La hoja que estaba al frente de él, dentro de la máquina de escribir, seguía completamente en blanco, y ya era la 1 pm. Se limitaba a mirar la hoja con un mirada distante, sin poder reunirse para lograr algún tipo de idea útil en su adolorida cabeza. Sofocado, sin imaginación, completamente ido de sí. Salió al balcón para poder respirar un poco de aire libre y encender un cigarrillo. Se quedo mirando a la ciudad, con el humo azul surgiendo de su mano derecha y el mentón descansando en su mano izquierda. No lograba producir ningún tipo de escrito desde hace algún tiempo, y sabía el por qué, y eso era lo que más le preocupaba. Para sus 22 años, era un escritor medianamente conocido. Se graduó a los 16 debido a sus buenas notas en el colegio, aunque destacaba su poca interacción que los demás jóvenes: Se le consideraba un chico callado y estudioso. Luego, se graduó de Filosofía y letras a los 20 años, siendo un chico un poco rebelde, un poco metido en su cuento, loco, impredecible, todo lo contrario a su anterior faceta. Era un excelente escritor, o así lo consideraba su distinguida audiencia. Solía escribir novelas dramáticas, de romances olvidados, del descenso a la locura de un hombre, de la sociedad en sí, de la ciudad. Su obra más importante, o la que lo destacaba dentro de los escritores fracasados, era "La ciudad está rota". Gracias a ella había conseguido unas cuantas regalías, que lo ayudaban a tener una vida medio decente; pero todo eso era pasado. Más que la fama, extrañaba el divertirse escribiendo: le encantaba ver una hoja terminada y seguir con la otra, imaginarse un historia y como la escribiría en el momento más inesperado, le encantaba plasmar su inspiración en el papel, y sentir, llorar, reír con su creación, con sus personajes y ser otros más de su vasto y glorioso mundo literario; pero todo eso era pasado. Seguía repitiendo esa frase en la cabeza. "Pero todo eso era pasado". Hacía tiempo que el cigarrillo se había consumido en su mano y el ni se había dado cuenta debido a sus aquejantes y melancólicos recuerdos de un pasado más claro. Sabía lo que ocurría: era Sofía.
Volvió a dentro y se sentó con furia al frente de la máquina de escribir, frustrado por su pasado que se alejaba a cada minuto de su pensar. Intento escribir pero nada tenía sentido, ni siquiera uno extraño. Eran palabras al azar que escribía sin siquiera ver la máquina. Simplemente seguía con la mirada perdida por la ventana mientras su cabeza volvía a la razón de porque no podía escribir. Cuando Sofía se marcho, no solo perdió su rumbo, también su habilidad para escribir. No podía escribir nada coherente, y cuando lo hacía no le agradaba y lo rompía con odio y rabia, cosa que nunca había hecho por su respeto a la escritura. Cedió a la furia y estrello su vaso de vidrio en el cual servía el Whisky contra la pared más cercana, salpicando todo de alcohol y vidrio roto. Al ver el desastre que provoco, y combinado con la rabia que había dejado brotar de su cuerpo, agarro su cabello con fuerza y empezó a llorar encima de su escritorio. No eran lágrimas de tristeza, eran lagrimas de impotencia y rabia.
Duro en esa posición, en la misma acción por todo el resto del día, hasta que sus ojos se secaron y no pudo seguir más. Ya estaba oscureciendo, dejando ver un hermosa vista desde el privilegiado lugar en el cual la casa del escritor se encontraba. Le encantaban los atardecer, por lo cual no pudo evitar esbozar una sonrisa al verlo. Intento quedarse dormido, prometiéndose que mañana sería un mejor día, que escribiría algo que lo alegrará y que la vida sería mejor. Cerro lo ojos y empezó a dormirse escuchando el sonido aleatorio de la lluvia.
El timbre lo despertó de repente, eran las 7 pm ahora. Le dolía la cabeza y los ojos. Pensó en no abrir e intentar dormir de nuevo, pero la persona que estaba detrás de la puerta insistió en su propósito, lo cual desespero al escritor. Abrió la puerta con un poco de rabia para quedarse plasmado frente a la imagen de una chica con un paquete en la mano. Él la conocía: era Elizabeth.
-¡Hola!-Dijo con entusiasmo, abalanzándose para abrazarlo.
Poco recordaba de ella, y la verdad es que poco había pensado en su confusa situación. Él pensaba que todo lo que había ocurrido era un desvarío provocado por la borrachera, que todo se lo había inventado, pero al verla ahí era como haber visto a una especie de fantasma, o un duende: algo que se cree que no es real hasta que lo tienes al frente tuyo. Se sorprendió y se quedo completamente quieto, confuso. La chica, después de abrazarlo se alejo al ver esa reacción, pero su sonrisa y su entusiasmo no se le quitaba. Seguía fiel a la imagen que tenía de ella: sus ojos cafés, su pelo castaño (un poco más claro que la anterior vez), una camisa de cuadros blanca con negro, falda corta negra, medias largas del mismo color, botas negras, labial rojo escarlata, ojeras combinadas con un delineador que resaltaba demasiado en su piel blanca como el papel.
-¡Estas bien! Me tenías muy preocupada.-Le dijo mientras se volvía a acercar para darle un beso en la mejilla.
El joven no sabía cómo reaccionar, las palabras no salían de su boca y se sentía muy confundido. La chica seguía sonriéndole incondicionalmente. La situación se tornaba incomoda a medida que el escritor no decía una sola palabra. Lo único que pudo pensar es lo mal educado que estaba siendo, lo cual lo llevo a lo único que pudo decir.
-¿Quieres pasar?
-No. No puedo, pero gracias igualmente.....-Que él le hubiera dicho algo era reconfortante para ella ya que la tranquilizaba al saber que no tenía ningún daño.-.....Solo pasaba para saber sí estabas bien y para dejarte un regalo.
Le ofreció la caja que tenía en la mano. Él intento abrir la caja pero ella se lo impidió.
-No arruines tu sorpresa. Debes hacerlo cuando sientas que es correcto, o que no sepas quien eres.-Le dijo con una sonrisa aún más cariñosa que todas las anteriores.
Antes de que él pudiera decir cualquier palabra, ella le dio otro beso en la mejilla y se despidió de él, alejándose tan repentinamente como había llegado. Cerró la puerta y se dirigió a la cocina por un vaso de agua. Pensaba que todo era un sueño, que nada de esto era real y que pronto se despertaría, pero nada cambiaba: él estaba despierto. Vio la caja que se encontraba en la mesa de estar. Se sentó al lado, sirviéndose un vaso de Whisky en su vaso con hielo. Lo dudo un poco, pensando que todo esto era una locura, pero al final se decidió por abrirla. Se encontró con una copia de "La ciudad está rota". Abrió el libro y se encontró una nota pegada por un clip a la primera hoja. Decía: "Nunca olvides quien eres y de que eres capaz" y un poco más abajo el número de Elizabeth. Todo esto le parecía muy confuso pero ya nada le importaba. Termino su bebida y cayó dormido escuchando el sonido de la lluvia por la ventana.